Sumisión

Por Donají Bustos

Hay personas que no pueden regirse ellas mismas. Yo, por ejemplo, estaba mejor bajo tú control. Era una muñeca, atendida y obediente, saborear la libertad fue algo encantador, pero ya que he pasado casi 7 meses en libertad ya no me sabe. Y no hablo de la libertad del ser que tengo, porque de esa siempre he sido libre; mi creatividad, mis decisiones, mi trabajo, las personas con las que salgo. Hablo de mi libertad en privado, estaba mejor sinceramente siendo cuidada y controlada, darte a ti el control de mi vida en cierta forma me hizo libre, más libre de lo que ya era en la jaula autoimpuesta a la que me sometí, monótona jaula regida por la moral de personas inmorales, donde seguir en el papel y tener sexo aburrido era parte de la rutina. Hasta que te conocí, y poco a poco me fuiste condicionando, aceptando cosas que no sabia que me gustaban pero confié, y la confianza para la entrega es clave, a diferencia de las novelas de adolescentes era un mundo distinto a lo que me imaginé, solo tenía que estar a tu Merced, pero también estabas a la mía, aunque tú dominabas estabas pendiente de mi obediencia, la anhelabas, amabas como no me negaba.  Y también como me negaba pero terminaba aceptando, dependía la ocasión, los juegos que parecían una lucha, eran mis favoritos.

Pero había otros, recuerdo muy bien que en los períodos que dejábamos de vernos, inspeccionabas mi cuerpo al llegar, me ordenabas desnudarme y frente un espejo me observabas, checabas cada rincón de mi cuerpo, los nuevos tatuajes no te agradaban, y hablabas sobre eso y ahí dabas una palmada fuerte, continuabas tu chequeo, sobre mi vulva, preguntabas si había hecho algo, contestaba obediente que no sin ti, metías los dedos, olías tus dedos y siempre sonreías cuando me mojaba, por que sabias que era por el ansia de saber que me observabas y al mismo tiempo por el simple hecho que estabas ahí. Abrías mis nalgas y checabas el pequeño hoyo que se vislumbraba en medio, quería taparme con falsa vergüenza y te decía que dejaras de verlo. Metías tus dedos en mi boca para callarme, y solo me decías -ya, no hables, no te he dado permiso de hablar ¿o si?- y besabas mi cabeza, sostenías mi cuello, me hacías verte de frente y asentías con la cabeza cuando la prueba era correcta. 

Ese día no me tocaría castigo, pero aún así apretabas mi cuello al besarme, me pedías que te dijera que era tuya, no había necesidad, era algo que de antemano sabíamos, pero me gustaba retarte, y sonreía sobre tu boca y te decía que no era tuya, que era mía. Me apretabas y me empujabas a la cama, y volvías a preguntar, volví a decir que no. Tomaste mis manos en ese momento ¿Por qué no terminas de entenderlo? Respirabas en mi estomago y solo repetías mi nombre, traté de liberarme, pero no me lo permitiste, fingiste que ibas a darme un beso, extrañaba tus besos, lo anhelaba pero no me lo diste, dijiste que hoy no habría  besos -No hay besos para las putas mal portadas- mientras sentía tus dedos tocando mi vulva, mordiste mis pezones y empezaste a marcar mis pechos, por coraje. Era tuya y así lo ibas a demostrar; masturbarme era éxtasis, pero tenerte a ti torturándome poquito, era mejor que cada día. Mordiste un poco mi monte de Venus, me reí y mordiste un poco más fuerte, paraste y volviste a observarme, me ordenaste pararme y me amarraste las manos, abriste el cajón de los juguetes y tomaste una mordaza, me decías -Muy bien putita, si dices que no eres mía entonces te tratare como si fueras ajena.- Trataba de reclamarte, pero era en vano, logré mi cometido con lo que más te molestaba, aparte de la desobediencia, la duda de tu posesión. 

Traté en vano de que no me pusieras la mordaza. 

Solo estoy parada en medio del cuarto con las manos amarradas y la boca bloqueada, tomas mi cintura y me sientas en tus piernas, dejas las mías abiertas, y empiezas a pasar un vibrador por mi cuerpo en pequeños intervalos para que no sepa cuánto durará la siguiente. De tu bolsillo, sacas algo que suena y lo pasas frente a mi cara -Mira putita, es tu cascabel, así sabré dónde estás cuando camines por la casa-. Puso una pinza en cada pezón y al moverlos sonaban como campanitas (me recordaban a navidad). Pensé que ibas a besarme pero te recordaste a ti mismo que hoy no habría besos, solo continuaste tu recorrido hasta mi sexo, subiendo y bajando el vibrador, despacio, de una manera tortuosa. De mi boca empezaron a salir gemidos y saliva que escurría, solo veía como me mirabas de lado, e intentaba hablar pero no se entendía nada, te burlabas de mi por eso. Mejor hay que ocupar tu boca en otra cosa, dijiste, aflojaste la mordaza y metiste tus dedos, los pasabas por mi paladar sensible, hacías pequeños círculos en el, jugabas con mi lengua, tocabas mi campanilla causándome arcadas. Me decías -aguanta, no es mucho, solo son mis dedos- al sacarlos jalaste la mordaza que jaló mi cabeza, para no darme oportunidad de hablar…

Tus dedos caminaban por mi cuerpo, apretabas mis pechos, hacías que las pinzas sonaran viendo cómo se ponían rojos mis pezones, sentía tu sonrisa; ¿Cómo? Te preguntas, te conozco bien y se cuando sonríes, aunque no te vea la cara.

Tus dedos pasaban por mi estómago llegando a mi ombligo y después caminaban por mis piernas, cuando pensé que al fin ibas a volver a la tarea de masturbarme, me hiciste bajar al suelo hincarme frente a ti, mientras abrías tu pantalón me recordaste que querías ocupar mi boca en otra cosa,- yo sé que mis dedos no son suficientes, te gusta chupar ¿no? Necesitas mi verga en tu boca-

Te conteste que no, cuando me quitaste la mordaza. -Abre grande- dijiste empujando tu pene a mi boca, sin remordimiento, hasta el fondo, volví a tener arcadas mis ojos estaban llorosos, pero empecé a mover mi lengua de arriba abajo conforme entraba y salía de mi boca y a apretar, me agarraste la cara para que solo mantuviera mi vista en tus ojos, era un espectáculo para ti, para ti y la cámara que tomaste con la otra mano. ¿Tienes algo que decir? ¿Necesitas disculparte? Vamos suelta eso y habla. Me preguntabas, pero me negué a soltarlo lo empujé como pude más dentro de mi boca, y solo escuché tu sorpresa pero también sentí como empujabas mi cabeza para atrás. Habla, repetiste y esta vez si obedecí -¿Qué quieres que diga?- 

-Discúlpate, tú sabes qué quiero que digas- 

-Perdóname, puedo volver a ser tuya- 

-¿Quieres volver a ser mi puta?-

-Sí, quiero volver a ser tu puta-

Cuando termine de aceptar eso diste dos palmadas a tus piernas y me iba a sentar encima de tu pene para penetrarme sola, pero no me dejaste meterlo, tú pene quedaba entre mis labios y los abría, tocando el clítoris, sintiendo cuán mojada estaba, comenzaste a nalguearme y cada nalgada hacia mi vulva y tu pene rozar, dejaste de grabar para tomar otra vez el vibrador y rozar mi culo con él, primero mis nalgas y después lo paseabas al rededor de mi ano, mientras tu cadera se movía, hacia delante y hacia atrás, era una tortura sentir eso, por que al mismo tiempo sentía las pinzas tintineando, rozando tu cuerpo. Te dije que quería tu pene y el vibrador dentro, uno por cada lado, mordiste mi labio, me viste a la cara y me preguntaste -¿Desde cuando tú das las órdenes?- Continuaste mordiendo mi cuello y mis hombros, lamiendo despacio y aunque dijiste que no ibas a besarme, metiste tu lengua en mi boca cuando viste que iba a hablar, y me susurraste que hoy era mi día de silencio, subiste el vibrador por mi columna despacio, y seguiste frotando tu pene con mi vulva sin llegar a penetrar, era una danza de manos, lenguas y genitales, pero no mas, liberaste mis pezones y comenzaste a morderlos, chuparlos, marcarlos, sobre las marcas que ya eran visibles, nunca iba a tatuarme tu nombre pero esas marcas iban a ser el recordatorio de ti, se notaban cómo rozabas tu pene y mi vulva con más fuerza y yo te rogué aunque debía estar en silencio que lo metieras, por que me gusta que me tomes de esa forma,  con tu dedo me callaste mientras hacías la señal de no, y solo me empujaste a la cama, una mano estaba ocupada en mi, y la otra se movía de arriba abajo en tu pene, ni siquiera te habías quitado la ropa, solo eso pensé, y a mi me tenías amarrada, silenciada y desnuda, pero el placer que sentía no me dejo pensar en más, esperaste, esperaste a que mi cuerpo se tensara, la forma de avisar que se avecina el orgasmo en mi cuerpo y cuando comencé a temblar y a relajar mi cuerpo, solo vi como tú mano estaba muy ocupada masturbándote, mientras lamías los fluidos que salían de mi, y cuando tu semen baño mi cuerpo, marcándome como un animal, volviste a hacer la pregunta ¿Eres mía? 

Pero no necesitabas respuesta por que ya lo sabías.

Donají Bustos

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